Por Febarsal
Caminaba por el sendero de los románticos plácidamente con el fin de
llegar a la
meta de mis sueños; así anduve veinte años con la esperanza de que
pronto llegaría al
paraíso de mis utopías, pero no vislumbraba ese valle. La senda se
hacía cada vez más
espinosa y peliaguda y el pavimento casi intransitable, por lo que
al llegar a una
confluencia de dos caminos en los que sólo se indicaba en dos burdos
carteles: camino A,
camino B, decidí dar un reposo a mis turbadas neuronas, que,
cansadas de tanto ir y
devenir sin objetivos concretos, me pedían a gritos un descanso.
Me senté en una piedra, y cabizbajo mirando al suelo me asaltaron
una serie de
dudas que jamás había reparado mi joven mente, y a las que no podía
dar ninguna
respuesta ya que nunca había contemplado enfrentarme con ellas, por
lo que me
sobrecogí, y un temor desconocido que me invadió de pronto, me
produzco mucha
desazón y desasosiego.
Contemplé ambos caminos como intentando averiguar por qué no seguían
rectos
como los que había andado hasta ahora, y no hallaba una razón
lógica, pero si supe presto,
que deberían conducir a destinos distintos, y que debería tomar uno
de los dos si quería
llegar al mío, pero... ¿cuál de ellos?
De súbito, un ave de plumajes muy negros se posó en lo alto del palo
que sostenía
el letrero de la izquierda dando unos graznidos que me sacaron de mi
ensimismamiento.
Le miré con más curiosidad que atención. O mi mente desvaría, pero
la oí perfectamente
mirándome con aquellos ojos negros, me decía.
—Toma el camino A, es el que te llevará al mundo de tus sueños.
Me restregué los ojos como queriendo quitar de ellos aquella visión
que se me antojaba
insólita, pero allí seguía el pájaro, en lo alto de aquel palo que
seguía hablándome.
—El camino de la izquierda es la ruta que conduce a la verdadera
felicidad, pero
para ello debes desprenderte de ese morral para que puedas sortear
todos los obstáculos
que se te presentarán. Es muy pesado y te impedirá moverte con
desenvoltura.
—¿Cómo voy a desprenderme de todos los conceptos y enseñanzas que he
atesorado hasta hoy? Pregunté algo inquieto y malhumorado.
—El bagaje que portas son impedimentos para transitar por la ruta de
las delicias.
Debes desprenderte inmediatamente de ellos. La solidaridad, la
comprensión, la
generosidad, la bondad, la ternura y la caridad que portas en esa
mochila impedirá que
llegues al final del camino A.
2
—¡Pero... pero...! Dije balbuceando. –Si esos han sido los valores
que me han
inculcado mis preceptores y tutores, y...
—¿Y esos valores te han llevado a la verdadera felicidad? Me dijo la
especie de
grajo negro.
—¡Bueno! No sé... Mis sueños son los de alcanzar la seguridad... por
eso camino
por esta senda, pero esta confluencia de caminos me desorienta, y no
sé cuál de ellos
conduce a la verdadera felicidad.
—La completa seguridad se encuentra en el poder de decidir y
determinar, y para
llegar a este estado, has de saltar todos los obstáculos y romper
todas las barreras que tu
mente ha establecido como paradigma de virtudes.
—¿Me estás diciendo que debo abandonar la senda del bien? Pregunté
inquieto.
—¿Y qué es el bien y el mal? Me dijo el pájaro negro.
Me quedé vacilante. Mi inteligencia me decía que mis conceptos del
bien y del
mal no tenían que ser los verdaderos, pero si me constaba que hay un
bien y un mal que
todos asumimos y aceptamos como auténticos. De repente le dije al
ave oscura:
—Tengo hambre. ¿Dónde puedo encontrar comida?
El pájaro poniendo cara de circunstancias, me espetó.
—Por aquí no encontrarás nada de comer, y si no sigues el camino que
te he
indicado te morirás de hambre.
—¿Entonces para poder vivir, dices que he de abandonar todas las
virtudes que
porto en la escarcela? Pregunté con cierto sarcasmo e ironía a la
vez que iba vaciando las
honestidades de mi saco.
—Veo que aprendes rápido. ¡Exacto! Para subsistir y llegar a la meta
del camino
del triunfo, has de desprenderte de todos los prejuicios que te ha
inculcado... ¡Pero ¿qué
haces! ¡qué haces...! ¡No.... no.... no....!
Apuntando al volátil con una pistola que había sacado del fondo de
mi talega.
—Seguir tus consejos, matarte para poder subsistir, tu carne me dará
fuerza para
llegar a la meta del triunfo.
El pajarraco salió volando como alma que lleva el demonio
mascullando palabras
ininteligibles. Aturdido y confuso, me hallaba sumido en una
verdadera encrucijada
mental. Tenía mucha hambre y sed, y con las bondades de mi mochila
desparramadas por
el suelo no podía saciarme. Miré al camino B, el camino que según el
pajarraco no debía
tomar intentando encontrar algún indicio favorable que me sugiriera
una opción a tomar.
3
De repente una paloma blanca, tan blanca como la nieve caía a mis
pies herida. Con voz
trémula me dijo:
—¿Podrías darme un poco de agua? Me muero de sed.
Agité mi cantimplora y apenas quedaban dos gotas. Las puse en el
piquito de la
paloma que le sirvieron para erguir su pecho hundido y hablarme de
esta manera.
—Ya ves querido caminante como con sólo dos gotas de agua se puede
salvar una
vida.
Me reí por mis adentros. ¡Y quién salvaba la mía! Haber salvado a
esa pobre
paloma me producía tal bienestar que no sentía ninguna necesidad
para mi cuerpo. Tomé
la paloma con mis manos, y dándole un beso la eché al vuelo.
Vi cómo se perdía en el horizonte por el camino B
Miré mis manos y en ellas había depositado un hermoso huevo que me
sirvió de
alimento y designio para tomar el camino de la paloma.
Sólo dos gotas de agua y un huevo habían sido suficientes para
comprender que
la felicidad se halla en la ausencia de poder. Se encuentra en el
poder de comprender.
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